Testimonio: “La reinserción existe y uno la busca cuando la quiere”

Encender la luz interior para reencontrar un camino oscurecido por el delito es posible. Pero no ocurre por casualidad. Para ello es necesario tener la disposición y la voluntad para corregir los pasos, porque para recibir ayuda, primero hay que quererla de verdad, así es como plantea su historia, Sebastián; un hombre que desde adolescente fue, paso a paso, alcanzando sus metas.  

*Los nombres reales de esta historia han sido cambiados para proteger la privacidad e identidad de sus verdaderos protagonistas.

Hay casos en los que una persona ha hecho durante varios años de su vida, justo aquello que le impide convertirse en lo que verdaderamente anhela ser. Sólo cuando se toma conciencia de esas causas y efectos es que se puede optar por un camino propicio para sentirse más satisfecho.

La historia de Sebastián  Torres es así. Y para mayor estímulo, y cierto final feliz, el amor llegó a él gracias a la Internet. A un chat público en el que encontró a una chica con la que podía compatibilizar sus esperanzas, sus deseos en la vida. Aunque en ese momento ambos estaban presos: él por el delito de robo con violencia y ella terminando una condena.

Sebastián  nació en 1987, en el seno de una familia de escasos recursos. “En mi papá, peoneta, mis hermanos y yo siempre vimos la imagen del esfuerzo para mantenernos.  Mi mamá nos cuidaba al principio, después empezó a trabajar y nos dejaba en el colegio, nos dejaba toda la semana solos”, dice Torres.

Esa rutina más o menos común entre la clase trabajadora se fue descomponiendo en su interior. Sebastián lo recuerda así: “Después llegaba mi papá y tenía problemas con  mi mamá, no sé exactamente cuáles. Pero él igual tenía líos conmigo y en cualquier problema venían los golpes. Cuando chico, yo no era problemático hasta que cumplí como diez años; en esa época todavía tenía fantasías e ilusiones en la mente”, asegura con nostalgia.

Sebastián  considera que a sus padres les faltó más comprensión que golpes y evoca ese tiempo que no existe, pero que no deja de atormentar de cierto modo al presente: “Si hubieran puesto más atención  en su hijo, a las cosas que hacía: cómo le fue en la escuela y todo eso;  si hubieran hecho diferente las cosas; si hubieran puesto interés en lo que estaba haciendo su hijo, todo habría podido ser diferente. Mis hermanos estudiaban y ahora trabajan en otras cosas; siempre han sido tranquilos y todo eso. Pero yo fui la oveja negra, pero pienso que fue por todo eso que les faltó a mis padres”.

Torres desertó del colegio. “Porque en primero medio le corté la cara a un compañero que le preste una tijera y no me la devolvió. Después me puse a hacer bombas con ácido muriático y me echaron.  Me corrieron de uno y los otros no me recibían, porque la ley no era como ahora y no tenían obligación de recibirte”, explica.

ESCALANDO EN EL AMBIENTE

Esas fueron circunstancias más que propicias para que el muchacho iniciara un expediente delictivo. “De ahí en adelante tenía otra mentalidad”, reconoce. “Empecé a juntarme con cabros que yo los veía que tenían su propia plata y que compraban sus propias cosas; yo, que era de escasos recursos, no tenía para comprarme lo mismo. Entonces eso fue lo que me llevó a empezar a meterme en líos. Me metía a los supermercados a robar café, hurtaba champú y todo eso empezó a acrecentarse. A los doce años, nos metíamos en las casas. Robábamos ají, paltas. Después a los catorce conocí cabros de Santiago y vi que ellos tenían más plata. Como anécdota: mi papá estuvo dos meses sin pega. Yo pescaba una pala y le decía ‘sabe qué papa, voy a ir a trabajar’. ‘Ya’, me decía, triste. Yo partía con la pala llegaba a un lugar la escondía y salía a robar con unos amigos. Yo paraba la olla”, relata Sebastián.

A los quince años de edad se fue a vivir solo. Seguía metiéndose a las casas a robar. Sus papás ya no lo objetaban, porque se había independizado y no les pedía nada. “Los primeros días estuvieron preocupados, después ya se acostumbraron”, recuerda. “Fue la época de las fiestas en la casa en la población Nahuelbuta. Después viví en Santiago, luego en Concepción. Estuve en hartos lados. Caí preso. Después salí, a los dieciséis, conocí una polola de Santiago y me vine a Santiago de nuevo. Y después seguí la fantasía que todos los que entran en este mundo tienen: que si uno se roba algo de mil pesos, después tiene que robarse un millón. Si uno se roba un supermercado ahora seguía robarse un banco. Así uno va escalando en ese tipo de ambientes. Amigos tenía montones, sobre todo cuando arrendaba solo. Amigos entre comillas”.

Esas entradas y salidas derivaron en una condena mayor para Sebastián . “Después, a los dieciocho o diecinueve caí preso de nuevo por robar una casa; ahí dijeron ‘ya este es reincidente y se va preso nomás’. Cuando el 2004 estábamos tomando y empezamos a hacer planes para hacer maldades y me pitié la primera causa, pescamos a un taxista; lo echamos en el portamaletas. Igual quería sobresalir en el grupo y lo hice. Sobresalí. Después uno se da cuenta que no vale la pena”, asegura.

En la cárcel, desde luego, no la pasó nada de bien. “Nadie puede pasarlo bien en la cárcel, es una destrucción sicológica. Uno se muere como persona, se cría para otras cosas. Claro que eso igual está en la persona y hay que tener harta fuerza de voluntad. Lo que más aburren son los castigos, pasar frío, pasar hambre, los olores. Ahí no hay dignidad. Por ejemplo, estar con la misma ropa sin bañarse tres días”, refiere Sebastiánsin disimular su desagrado por aquellos tiempos. “Miras por la ventana y el mozo que está en el rancho con el escobillón que lavaba el baño lavaba también las bandejas donde comíamos. Eso fue en Conce, es donde son más crueles los castigos. Si uno alegaba iba el gendarme, gas pimienta y para adentro: palos, agua y después listo. De repente estábamos en el patio jugando naipes y entraba gendarmería a reventar y qué les decíamos. Reventaban el patio, palos a diestra y siniestra; al que le  llegó le llegó… y donde le llegara nomás. Total el que alega contra gendarmería después tiene secuelas. Los gendarmes lo andan trayendo para los castigos y palos”, recuerda.

El muchacho estuvo varios años preso, peleando, siendo maldadoso. Tenía la intención de demostrar ser otro Sebastián “para que no me pasaran a llevar, porque si uno inspira lástima no inspira respeto, y te miran de otra forma. Estuve trasladado en varias cárceles. Entre los presos, existe lo que llaman el peloteo. Uno se porta mal y lo mandan para cualquier otra cárcel, uno no sabe dónde va a despertar.  Uno aparece y pregunta ¿dónde estoy? Hasta que un día pensé preocuparme más por estudiar. Pensé que no quería morirme preso. Además pensé que me iba a morir porque peleaba harto. Mucho”.

SALIR PARA NO VOLVER A ENTRAR

El joven ingresa al programa de la Corporación en abril del 2014. Su etapa con la ACJ inicia hacia el final de su de cumplimiento de condena privativa de libertad en la ciudad de Angol. Tenía veintiséis años y durante su encierro tomo la importante decisión de no volver a pisar un recinto carcelario. Se había dado cuenta de que nada de lo que había hecho antes lo ayudaba a construir la persona que quería ser.

Antes de salir y aprovechando el acceso a internet que le daba la tecnología, conoció a su pareja en un chat de la red. Sin tenerla al frente, se dio cuenta de que compartían algo en  común; ella también se encontraba pagando una condena. Probablemente fue su relación la que le dio más fuerza en su decisión. Y sí. Una vez afuera, no volvería a entrar.

Se acercaba el momento de salir cuando fue advertido que le quedaba una pena aún por cumplir. Con sus veintiséis años de edad, tenía una sanción pendiente por una causa “menor”. Tomó la decisión y pidió el traslado a Santiago. Su familia no era una opción, pues parte de los problemas que lo llevaron a la cárcel se encontraban en el seno familiar. En Santiago, Sebastián evitaría tenazmente el contacto con todo lo que lo llevó a delinquir.

Entonces fue que llegó al PLE ACJ San Joaquín. Cuando conoció a sus profesionales y su forma de relacionarse se dio cuenta que no sólo cumpliría una sanción, sino que era toda una oportunidad. Junto con su delegado formularon un plan, conseguiría su licencia de Educación Media y luego llegaría a la Universidad. No lo dudó nunca, avanzó con dificultades incluidas. Tuvo oportunidad de reencontrarse con su familia, pero decidió mantener su camino.

Sebastián, en la actualidad, ha terminado su educación media, estudió Dibujo Técnico para Arquitectura en el CFT La Araucana y está seguro que alcanzará sus objetivos. Además, ha adquirido la costumbre de leer e informarse de situaciones de política y actualidad, alcanzando una posición personal, clara e informada. Y vive con su pareja en un departamento por el que paga sagradamente su alquiler.

Su percepción sobre la justicia chilena es clara y comprensible: “Lo único que saben, es hacer mas cárceles. Es que a los delincuentes hoy en día los balean, total es un delincuente menos. Yo creo que la televisión estigmatiza a los delincuentes, porque en vez de mirarlos como seres humanos y analizar realmente cuáles son las causas que lo llevaron a ser un delincuente, hacen el show, los usan como herramientas para venderles política. Y la gente nos ven como monstruos. Otro problema son las penas que son tan injustas, por ejemplo: un ladrón está cumpliendo condenas de diez años y un violador que es una persona que hace daño a otra para toda la vida sólo lo castigan por cinco años o los dejan libres. O que un homicida esté en libertad. Yo vi eso y lo viví. Vi a los violadores, vi cómo los cuidaban, como si fuesen personas preciadas”. Luego matiza: “Aquí en Chile cuidan más las cosas materiales que a los seres humanos. No digo que este bien robar, si creyera eso, no habría cambiado mi vida. Cuando salí estuve una semana en la calle y dije ya no quiero estar más aquí, por todo lo que había visto”.

UNA LUZ APAGADA

En la Corporación de Desarrollo Social ACJ, Sebastián encontró empatía en los delegados. “Como que se pusieron en mi lugar. Siempre llego allá, y me reciben con una sonrisa de amistad una mirada a los ojos. Como que tienen algo que da confianza, encontré herramientas, hartas. Como por ejemplo, sicológicas, justo para mí. Personas que nos dan aliento, nos tiran para arriba. Siempre estuvieron diciéndome que yo podía, encontré apoyo en lo moral y a veces en lo económico, en cosas que uno no puede resolver. Por ejemplo, materiales para estudiar, cosas así”, cuenta Torres.

Todos esos aspectos encontrados en la Corporación se traducen también en una mirada positiva, en la mentalidad optimista que como el mismo Sebastián asegura: “Despertaron una luz dentro de mí, que estaba apagada. Los delegados te dan confianza. Con el mío compartimos conversaciones y hablamos cosas de distinto orden. Igual es algo gratificante porque uno tiene ganas de platicar sus cosas y cuando no se tiene con quién, como que se llena igual que un globo que se va inflando y cuando explota queda la cagá”.

 “Mis metas son estudiar, sacar mi carrera y trabajar en lo que estudié. Siempre especializarme más, ser después dibujante técnico, estudiar arquitectura y llegar a ingeniería. Esas son mis metas, tener una familia, una casa o irme a un pueblo tranquilo”, confía.

“La reinserción social se la hace uno mismo”, concluye. “Está en la mentalidad de las personas. La reinserción uno la elige. En mi caso, salí y quise estudiar, quise ser otra persona. Yo la he vivido en las dos partes; la primera vez que salí me hablaron de reinserción social. Cuando era menor salí en libertad y me hablaron de reinserción social. Y ahí está el libre albedrío: salí y caí preso de nuevo. Luego entendí que la reinserción la elige uno; cuando uno quiere, la busca y la encuentra. La reinserción existe para la gente que tiene ganas de cambiar. Por eso estoy aquí”.