Testimonio: José Luis Galleguillos
Los ciclos virtuosos existen, como lo demuestra el caso de José Luis. Antes fue usuario de los programas de la Corporación de Desarrollo Social de la Asociación Cristiana de Jóvenes y fue ayudado a encontrar un camino de provecho. Ahora él forma parte de la Institución y ayuda a que otros encuentren ese sendero de bien, alejados de la vida delincuencial y farmacodependiente, porque nadie necesita más ayuda que quien no desea ser ayudado.

José Luis Galleguillos tiene 30 años de edad y una historia singular. Incluso, puede decirse que su trayectoria configura un botón de muestra ejemplar de la importante labor de la Corporación de Desarrollo Social de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Conocerla y reparar en sus detalles puede resultar un estímulo para quienes aspiran a la reinserción cotidiana, luego de haber torcido los pasos en la delincuencia y otras situaciones de riesgo.
José Luis creció con sus padres, en condiciones de cierta holgura económica. Ni su mamá ni su papá tenían antecedentes criminológicos directos y, de hecho, ella venía de buena familia. Los hermanos de su padre sí tenían reparos con la ley y habían estado presos, pero él trabajaba y, si no brindaba a su familia una vida de millonarios, lo cierto es que les daba comodidad y consentía a José Luis en todos sus antojos.
No les faltaba nada.
Sin embargo, un día, su papá llegó a casa y les contó que había sido estafado, lo que le llevó a perder una fuerte suma de dinero. Entonces, la familia cayó del cielo a la tierra, por así decirlo. En menos de un mes, perdieron todo. “Usted no se preocupe, yo veré cómo lo solucionamos”, decía el padre a José Luis, quien por esos días también iba a ser papá, pues esperaba a su primera hija.
Esas circunstancias familiares se fusionaron con el entorno social y produjeron una mezcla de riesgo para José Luis. Y es que vivían en un barrio denominado como zona roja, donde existía delincuencia y drogadicción a nivel de calle. Sus amistades tenían una realidad muy distinta a la de él, habituados a delinquir y al narcomenudeo.
El padre de José Luis siguió trabajando y junto a su mamá logró poner un negocio: un almacén, que conseguía solventar los gastos. “Cuando nació mi hija la cosa se puso aún más dura”, recuerda el protagonista de esta historia. El negocio rendía, pero no tanto como para también hacerse cargo de los gastos inherentes a un bebé recién llegado. Su papá no tenía más ingreso y, aun así, les daba dinero a José Luis y a su pequeña.
“Yo le entregaba las malas noticias de que mi hija necesitaba pañales, tarros de fórmula de leche y otros productos igual súper caros”, relata José Luis. “Entonces comencé a sentir que yo era una preocupación más, una carga. Y no sabía cómo hacer para ganar dinero, hasta que mis amigos me dijeron ‘oye, pero hagamos esto, empiezas de mirón nomás a ayudarnos’. Hasta que un día accedí y fui con ellos”.
Ahí, en ese punto, el joven comenzó a ganar dinero para solventar los gastos de su hija. Cuando llegaba a su casa con la plata, sus padres no le aceptaban ni un peso, pues sabían de dónde provenía ese dinero, con lo que nunca estuvieron de acuerdo.
Los padres de José Luis jamás validaron sus actos delictuales. Estaban súper en contra y, de hecho, lo retaban para que desistiera de sus actos maliciosos. Él, que no quería ser una carga, no les prestaba atención y de hecho comenzó a ponerse rebelde. Tenía 15 o 16 años y creía sabérselas todas, como suele decirse.
Su carrera delincuencial incluía robos y venta de drogas. No ganaba mucho, en rigor. Pero sí se las arreglaba para los gastos de su hija, comida y ropa. Hoy, que está muy lejano en lo personal de esa vida —aunque sí la atiende en otras personas, porque ahora él mismo es delegado de la Corporación—, reflexiona para que sus palabras no suenen a justificación.
“Esos actos delictivos no son la solución más fácil, aunque sí sean la más rápida. Lo que quiero decir es que tampoco es una vida con la que alguien puede vivir tranquilo y eso es lo que yo intento plasmar en la mente de los chiquillos”, dice José Luis sobre su nueva labor, en la que utiliza su experiencia en aquellos pasos, para ayudar a reinsertar socialmente a los jóvenes que atiende a través del programa Medidas Cautelares Ambulatorias de Talagante-Melipilla.
“Yo les digo: ‘Yo también hice lo mismo que haces tú y andaba bien vestido, andaba con plata y tenía varias pololas, pero al margen de eso, no tendrás nada más, porque después llega un tiempo donde te van a pillar, vas a cumplir la mayoría de edad y te van a tapar en años. Empiecen a crear su futuro desde ahora que son adolescentes’. Y es que siempre recuerdo esa frase que dice ‘es más fácil educar jóvenes que corregir adultos’. La frase dice niños, pero me gusta aplicarla aunque yo trabaje con jóvenes”, detalla su relato el delegado José Luis.
UN MUNDO NUEVO

En estos momentos, José Luis Galleguillos trabaja para la Corporación de Desarrollo Social de la Asociación Cristiana de Jóvenes y espera con entusiasmo a su segunda hija de ocho meses de gestación.
Está encargado de medidas, en el programa Medidas Cautelares Ambulatorias de Talagante-Melipilla, lo que quiere decir que es el delegado que, en este caso, otorga el tribunal.
El objetivo del programa, explica, “es no desamparar al joven en el ámbito judicial, tenerlo informado de cuándo tiene audiencias, acompañarlo, y velar que el joven no abandone los estudios; si no estudia, nuestro deber es inscribirlo para que por último rinda exámenes libres. En tiempos de Covid-19, nos dedicamos a monitorear que el joven no se contagie y, si llegase a hacerlo, tratamos de prestarle toda la ayuda para que acceda a la asistencia de salud o alguna residencia sanitaria”.
Para que José Luis —aquel muchacho que vivía de lo que podía darle su padre, a él y a su hija; ese adolescente que adoptó la delincuencia como un camino para salir de su problemática familiar y social— llegara a ser delegado, pasaron muchos años.
Cuando entró en la Corporación ACJ como usuario —por el 2009—, tenía 15 años de edad. Primero lo derivaron a una medida cautelar en Melipilla, por los delitos de robo con intimidación y robo con violencia. Todos los jóvenes son derivados a las Medidas Cautelares mientras se investiga la causa en su contra.
Ahí, en Melipilla, José Luis tenía un delegado que hace lo mismo que él realiza en la actualidad: lo acompañaba a las audiencias y coordinaba una comunicación más fluida con el abogado defensor, entre otras acciones. Después vino la condena. La primera fue de 541 días en el Programa Libertad Asistida Simple, que cumplió en la misma Corporación de Desarrollo Social. En las otras causas que tenía, salió absuelto y no tuvo sanción. En el programa permanecería poco más de dos años.
“La Corporación ACJ siempre capacitaba a sus jóvenes”, relata el hoy delegado. Sólo fueron suspendidos para cumplir con los protocolos contra el contagio del virus Covid-19, dice, “pero cuando yo entré, había muchas opciones para certificarse. Al ver tantas oportunidades, quería participar en todas y, de hecho, lo hice. Me metí en todas las capacitaciones que la Corporación ACJ me presentaba, porque en ese tiempo era el típico niño pinturita que quería andar en todas. Le preguntaba a mi delegado: ¿qué capacitación hay? Y ahí me inscribía, no me perdía ninguna”.
José Luis tuvo buena disposición en la Corporación de Desarrollo Social, excepto algunas veces en las que, como todo joven con su historial, se puso un poco resistente y refractario. “No quería cumplir, me hacía el rebelde y ese tipo de cosas. Pero el delegado me buscaba y llegábamos a un acuerdo; me convencía que era lo mejor para mí y seguía cumpliendo. Más que nada por mi bien, porque la función del delegado que se apega en las reglas, si uno no quiere cumplir, no cumple nomás y él sólo informa”, explica.
Una vez convencido de que debía cumplir bien con su sanción, José Luis notó que no era como sus compañeros que perdían el tiempo. “Yo de verdad quería aprender, porque quería salirme del mundo delictivo. Prácticamente, en la Corporación de Desarrollo Social encontré un mundo nuevo, por así decirlo. Porque mi mundo era la esquina, la calle y la delincuencia. Mi entorno giraba en base al delito y los comportamientos de riesgo”.
Como al colegio casi no asistía, la Corporación de Desarrollo Social, dio la oportunidad a José Luis de rendir exámenes libres para terminar su proceso escolar (primero y segundo; luego tercero y cuarto medio).
Un día todo cambió en su vida o, más exactamente, tomó su curso actual. A su capacitación de Mecánica de motos llegó don Jaime Vilches, el mismísimo gerente de la Corporación ACJ y les anunció: “En este curso vamos a premiar al que saque la mejor calificación y el premio será quedarse a trabajar con nosotros”.
LAS CUENTAS

José Luis había trabajado en otras oportunidades, pero no duraba más de dos o tres semanas en los empleos. No soportaba que lo mandaran o que le hablaran golpeado, según cuenta, situación que atribuye a una mala actitud.
En el momento en que don Jaime explicó aquella dinámica en que, la mejor calificación del curso, sería reclutado para laborar en la Corporación ACJ, José Luis vio no sólo una gran oportunidad para su desarrollo, sino todo un horizonte en el que figuraba una nueva vida.
Se aplicó con toda su energía para obtener las mejores notas y consiguió el trabajo, que consistía en conducir una moto para ir a pagar cuentas. “Obtuve el empleo. Al principio, tuve el mismo problema, porque como yo me creía malo, decía ‘chuta ando pagando cuentas’. Pero, gracias a Dios, la secretaria de Don Jaime, Roxana Seura, se hizo cargo de mí dentro del trabajo. Honestamente, ella fue un pilar fundamental para mí. Me motivaba mucho. Me hablaba, me decía: ‘José Luis, ven a trabajar mañana’. Incluso, me acuerdo, a veces hasta me pasaba plata de su bolsillo y me decía ‘José Luis, toma, no tienes excusas para no venir a trabajar mañana’. Y así era. Me iban pasando las cuentas y yo iba a pagarlas en la motito”, cuenta el delegado para desentrañar su historia y la importancia que la Corporación ACJ y su personal ha tenido en su vida.
“Para ser honesto, la labor de la Asociación Cristiana de Jóvenes a través de su Corporación, por lo que percibo hoy en día, era mantenerme ocupado para que yo no estuviera en la calle: para que yo no estuviera en la esquina de malicioso. Ellos preferían mantenerme en una oficina jugando con la computadora todo el día, y que yo no estuviera de vago, exponiéndome al riesgo. En resumen, querían que ocupara el tiempo de buena manera”, detalla José Luis.
Esa conciencia que le proporcionaba la Corporación de Desarrollo Social sobre una vida productiva y alejada de un entorno pernicioso hizo que José Luis empezara a valorar su nueva situación. “Pensé, ‘pucha, esta gente realmente me quiere ayudar; quiere hacer algo bueno conmigo; me quieren sacar más que nada’. Así que continué manejando la moto cerca de un año y medio. La ventaja que tenía en ese trabajo era que yo era patiperro; había tenido moto y sabía manejarla, por eso me destaqué en la capacitación. Los profesores me calificaron súper bien; además me gustaba la mecánica. Así que salí súper bien evaluado en esa capacitación. También hice las capacitaciones de computación, gasfitería: ¡todas! Esas actividades que yo tenía en la Asociación Cristiana de Jóvenes era mi escape, mi único escape”, reconoce el delegado.
La realidad es que siempre había tenido las ganas de salir adelante. Pero, según apunta, nunca había tenido la fortuna de contar con alguien que le mostrara otro mundo, que le dijera que se podía formar y existir en esa otra realidad. Esa es la misma circunstancia, según su óptica, que viven muchos chiquillos chilenos, que están en la burbuja de la delincuencia, vulnerables a los riesgos de la calle, y de la que no pueden salir porque no conocen alternativas.
ASCENSO
Luego de aquel año y medio motorizado, se abrió otra posibilidad para José Luis: la de manejar una camioneta en el programa de Libertad Asistida Simple Estación Central, programa del que él mismo había sido usuario.
“En ese programa, conversaron conmigo sobre la nueva oferta, que era un trabajo con mucha más responsabilidad y más reto, porque tenía que manejar una camioneta y desde luego cuidarla. Era un desafío nuevo, aunque a la vez súper simple el trabajo. Yo lo veía como una superación y sentí como que fui ascendiendo, porque si me estaban dando más responsabilidad, es porque confiaban en mí”, confiesa con satisfacción José Luis.
En el Programa de Libertad Asistida intervenían mucho más con los jóvenes, porque era una sanción. De hecho, relata José Luis, trabajaban de la mano con el programa ASE (Apoyo Socioeducativo), con profesores y profesionales de la educación. “En ese tiempo, don Jaime volvió a acercarse a mí y me dijo: ‘José Luis, y si hay un profesor donde trabajas, ¿por qué no estudias?’. Todavía estaba con la cuestión del adolescente rebelde y dije: ‘¡No! Yo no quiero estudiar, sino trabajar nomás’, ese era mí pensamiento. Hasta que después me motivaron, me convencieron y accedí a que me inscribieran para dar los exámenes libres. Ahí rendí primero y segundo, al año siguiente al tiro, tercero y cuarto medio de enseñanza”.
Al terminar cuarto medio, don Jaime Vilches volvió hablar con el muchacho: “Ya, José Luis, ¿sabes? No quiero que sólo te quedes con el cuarto medio, quiero que estudies; busca lo que sea para que estudies”.
Don Jaime le buscaba cursos, le ofrecía talleres. “Una vez me ofreció uno para aprender a manejar de grúas plumas, de esas que están en las construcciones como a cien metros para arriba, pero a mí me dan miedo las alturas, así que no. No concordaba ahí. Pero un día le dije que quería estudiar Trabajo Social”, dice Galleguillos.
“Don Jaime me hizo como una mini prueba, que consistió en leerle un documento para ver si lo entendía o no. En ese momento, él se dio cuenta que yo tenía capacidades. Y me ofrecieron estudiar Técnico en Trabajo Social en el Instituto AIEP de los Héroes. Cuando terminé de estudiar esa carrera, tuve que esperar un montón de tiempo, como seis meses, para que me dieran el título. Me fue bien; no era el sobresaliente, pero me fue bastante bien. Cuando sólo tenía mi perfil de egreso, don Jaime me contó que se había abierto la posibilidad de trabajar en Medidas Cautelares Ambulatorias de Melipilla, para ser encargado de medidas, que era donde yo antes trabajaba de chofer, mientras estudiaba trabajo social”, narra José Luis, contento de cómo sucedieron las cosas.
Era como si el camino lo estuviera llevando a un destino, al que en el fondo siempre había estado ligado. Ahora, incluso, vive en los Valles de Melipilla. Sus papás habían puesto la casa familiar en venta para dejar el viejo barrio. “La vendieron a precio de huevo. Súper abajo de su valor real. Porque la verdad, querían salir rápido de ahí. Aparte, el barrio en el que vivía era catalogado como barrio rojo, o sea, súper peligroso, nadie entraba porque pasaban matando gente y cosas así”, cuenta para dar contexto a esa nueva etapa de vida.
Y fue el primero de abril del 2020, poco después del comienzo de la pandemia, cuando José Luis empezó a trabajar como encargado de medidas. Eso cambiaría su vida. Y él también cambiará la de los demás.
SUEÑO CUMPLIDO
“Mi experiencia como delegado de medidas es buena”, estima José Luis Galleguillos. “Es bien bonita la labor que nosotros hacemos. Me gusta harto porque mi sueño, desde que conocí la profesión, era la de ser delegado. Mis expectativas estaban puestas en ese objetivo. En serio, desde que era usuario de la Corporación ACJ, tenía en la cabeza ‘yo quiero ser delegado, yo quiero ser delegado’. De hecho, le preguntaba a la delegada, primero, después a mi delegado, qué habían estudiado porque yo quería estudiar lo mismo que ellos. Siempre me lo propuse”.
La rutina de José Luis como usuario de la Corporación ACJ, actualmente lo ayuda para dar ejemplo a los niños que están en medidas cautelares. El hecho de haber tenido esa calle, como él le llama, le permite detectar más fácil cuando los jóvenes le están mintiendo o cuando lo quieren engrupir, como también dice, y hablarles de frentón.
Aunque no lo hace con todos los casos; sólo con los más críticos. “Les digo simplemente: ‘mira, a mí no me vas a meter el dedo en la boca porque yo fui igual que tú’ y les cuento sobre mi vida: ‘Yo también pasé por lo mismo que tú, yo fui usuario, yo hice esto y esto otro; por lo mismo, cumplí mis sanciones y te quiero decir que se puede, cuesta mucho porque a mí me costó mucho, pero hoy en día yo te puedo decir que sí se puede y que yo salí”.
José Luis, ya ha tenido experiencias algo ingratas que han puesto a prueba su paciencia y sus habilidades para redireccionar a esos jóvenes con vidas delincuenciales, porfiados en no salir del círculo vicioso. Durante una visita en terreno, en Peñaflor, un chiquillo le robó su billetera y, además de andar armado con una pistola, se drogó en el mismo automóvil institucional en el que José Luis lo visitó.
El nuevo delegado fue desafiado y gracias a sus palabras, a la capacidad para empatizar y penetrar en el pensamiento de quienes quiere ayudar, tal como lo ayudaron a él, logró que el muchacho le devolviera su cartera y regresara al redil.
Ese tipo de casos, al tiempo que fortalecen la vocación de José Luis, son en rigor, los que más satisfacción le brindan porque nadie necesita más ayuda que quien no desea ser ayudado. Y lo hermoso se complementa porque la protección la brinda quien antes recibió la asistencia que transformaría su realidad.
Y entonces el ciclo vicioso de una vida delincuencial, se ha transformado en un ciclo más bien virtuoso. Porque el nuevo delegado de la Corporación de Desarrollo Social de la Asociación Cristiana de Jóvenes, se siente orgulloso de pertenecer a ella, tanto como la Corporación ACJ encuentra en el caso de José Luis Galleguillos no sólo un ejemplo a seguir, y que merece ser difundido, sino una comprobación de que su existencia tiene éxito y sentido dentro de la sociedad.
Ese, sin duda, es el premio a la mejor calificación.