El Silencio de la esperanza
Las apariencias familiares engañaron a este joven que terminó dolido, con rabia y en situación de calle y violencia. Pero sus múltiples intereses en el deporte, en el arte y la sociedad lo regresaron a la lucha por un mundo mejor.

Iván Illesca es actor profesional, productor y modelo, pero una parte de su vida estuvo lejos de ser ejemplar. Ahora lo es y se siente satisfecho porque ha logrado ser aquello que muchos de sus conocidos, en plan bullying, le aseguraron que no podría ser.
La historia de este joven de 26 años de edad se remonta a su infancia, cuando era un niño feliz, como cualquiera, que jugaba al fútbol y al tombo, casi siempre en la calle, donde se marcaban las áreas de recreo con piedras, tiza o la simple imaginación. Ya luego, cuando llegaba el hambre, iba con algunos compañeros de esparcimiento a los supermercados para almorzar o devorarse algún postre.
Iván soñaba con ser como su tocayo Bam-Bam Zamorano, como Zinedine Zidane o el gran Ronaldo. Su padre y sus dos hermanos que eran como amigos y su profesor de educación física, incluso, le daban ánimo deportivo pues identificaban su talento para la pelota, que llegó a mostrar en algunos torneos interescolares.
Esa vida tranquila cambió un día en que su padre se fue de casa. No llegó más. La normalidad hogareña se transformó porque nadie le dio una explicación de lo que sucedía. O sí, pero a través de apariencias y engaños que se transformaron en una guerra familiar protagonizada por sus papás. Su madre comenzó a decirle que su papá los había abandonado porque no tenía interés en ellos, una manipulación materna que despertó sentimientos de confusión en un niño que apenas rebasaba los 9 años de edad.
“Sinceramente, cada vez que me acuerdo de esto lloro y con más ganas lo quiero compartir, para que por favor no se repita; para que ni un padre o madre le haga esto que me hicieron, pues es algo muy injusto y doloroso”, relata Iván, quien cuando trataba de ver a su padre, su mamá se lo negaba tajantemente.
Pero el jovencito no estaba para obedecer sin las razones que explicaran el abandono de su padre. Por eso lo buscó, vía telefónica, en el anexo donde trabajaba. “Justo él me contestó; fueron momentos muy duros que aún los siento con esos aires que te nublan los ojos con lágrimas. Lo fui a ver y me dijo que me extrañaba, que en realidad me amaba y que no tuviera dudas de lo mucho que me quería”, confiesa el protagonista de esta historia.
El papá lo llevó a su casa, donde vivía con un hermano mayor de Iván. Él se sentía confundido, raro, y con el miedo de que la mamá los pillara. Cuando fue a dejar al joven a su propio hogar, sucedió: la madre los vio y comenzó a gritarles. La verdad salió a relucir cuando Iván descubrió que su mamá estaba con otro hombre. Ese había sido el motivo de que su padre se fuera de casa.
Presa del dolor, el muchacho salió corriendo, sin tiempo siquiera para mostrarle a su hermano menor lo que su padre de cierta forma le había mostrado. Cruzó las calles en llanto, sin detenerse a mirar los semáforos en rojo. Paso por el parque O’Higgins, por el Club Hípico y desde entonces se fue a vivir con su padre.
O más o menos, porque la realidad es que ante esa situación de violencia psicológica familiar que había vivido, el descubrimiento de los engaños y una sensación de dolor y enojo, Iván optó por andar en la calle que, mal que mal, ya conocía.
“En la calle aprendí muchas cosas y las respeto mucho al igual que a tanta gente de la calle que me ayudó a caminar tranquilamente; aunque terminé transformándome en un ladrón, por hambre, sin darme cuenta”, refiere Iván. “¡Qué no hacía para poder tener mis cosas! Nunca me faltó nada en la calle, excepto todo lo que es la verdad, lo que uno busca y trata de tener en la familia; fue una lucha eterna hasta el día de hoy que he librado, gracias a la gente de Don Bosco que se metió a intervenir cuando pase ese tiempo en situación calle. Vivía en un departamento abandonado bien amueblado, con una banda de puros ladrones que terminaron siendo amigos con el tiempo, que me cuidaban y con quienes aprendí puras cosas malas que dañan a la sociedad: drogas, prostitución o violencia”.
Illesca no olvida esos días en que incluso durmió debajo del puente de Recoleta, en la orilla del Río Mapocho. Aunque gracias a un delegado de la Fundación Don Bosco, el muchacho estaba citado todos los miércoles para mantenerse ocupado en otras cosas, incluso en algunas que lo entusiasmaban tanto como talleres de actuación o el fútbol. Ahí mismo procedieron a buscar a su familia, contactaron con su padre y fue como regresó a su casa. Fue becado para estudiar modelaje e hizo algunos trabajos, lo que le hizo ganar plata que usaba para comprarse ropa y otros pequeños lujos.
Punto de quiebre
Esta fue una etapa difícil, porque estaba habituado a la situación de calle y desaparecía por días, semanas o meses, incluso. Fue hasta que a los 16 años de edad, un 30 de diciembre, como si el fin de año también marcara el cierre de esa vida de violencia y riegos múltiples, rumbo a un carrete en Maipo, participó en una violenta pelea callejera bajo los influjos del alcohol y desfiguró a un caballero de 28 años. “Igual era él o era yo”, relata Iván, quien en medio de la trifulca, la sangre y el robo de algunos de sus compañeras, fue detenido por Carabineros en Lo Prado y lo enviaron preso a un Centro de Menores o CIP, en San Joaquín. “De una noche de ensueño, pasé al infierno más triste”, reflexiona el joven.
Fue ahí que conoció a Marcelo Vega, un delegado de la Corporación ACJ y comienza su camino de redención personal y social. Con el equipo de ayuda, que incluyó al profesor Alfonso ‘Necu’ Neculñir, exjugador de Colo-Colo, Iván se convirtió en jugador de la tercera división. “El tío Marcelo Vega me llevó a la Academia y me invitó a participar de muchas actividades de formación y recreativas”, recuerda con alegría.

Las cosas cambiaron, poco a poco, pero de manera definitiva. Comenzó a estudiar y se sintió acompañado en su proceso, entre ellos por su profesor de fútbol, ‘el profe Necu’ quien quizá por su estilo parental, logró el retorno de esa necesidad imperiosa que Iván reclama a la sociedad, que en su singularidad era la nostalgia de vivir con sus padres antes de la separación. De forma paulatina y muy constante, Iván comenzó a adquirir las convicciones del tío ‘Necu’, identificándose con la pasión por el fútbol y la resiliencia que el profe evidencia en sus discursos de vida.
“Cada uno decide el camino que va a vivir y sinceramente estoy muy lleno de energía y limpio, gracias a todo el apoyo que me han brindado en la Corporación”, reconoce Iván. “A veces me faltan lágrimas y tiempo para pagar todo lo que les debo. Pero les doy las gracias por apoyarme para ser una mejor persona; lucho día a día por cambiar este mundo que me enseñó mucho, para aliviarlo y arreglarlo y para poder vivir en paz y tranquilo sin darle preocupación a la gente que me quiere, me ama y cree en mí, como el profesor Necu”, expresa Iván.
El joven Iván Illesca, actualmente ostenta el título de técnico en Marketing, también se desempeñó como árbitro durante siete años aproximadamente, e incluso impartió las normas del fútbol, en el campeonato de la Academia de Fútbol de la ACJ. Este oficio también lo llevó a generar un equipo de árbitros administrado por él.

Además, por sus habilidades sociales e histrionismo se ha desempeñado como extra en diferentes telenovelas muy conocidas de la televisión chilena. Sin embargo, por las circunstancias complejas que devienen de la pandemia causada por el Covid-19, Iván está trabajando como jardinero.
A pesar de todo, el delito ya no es parte de su vida, no es una alternativa, inclusive en este tiempo tan difícil para él y su familia, Iván arregló su vida. Ha conocido gente linda, que lo apoyan en su batalla multifacética en el deporte, en el arte y en la sociedad. La relación con sus hermanos es amorosa y se ha fortalecido. “Es una lucha eterna y no me conformo. Esta ha sido una pequeña síntesis de mi historia, que apenas comienza”, concluye.