“La patineta es mi refugio y mi mejor amiga”

10 diciembre, 2020 Área Infraccional, Noticias0

El talento de un adolescente puede ser muy llamativo y generar admiración, pero solo será de provecho si logra encaminarlo para desarrollar acciones positivas que lo enriquezcan, a él y a su comunidad. De lo contrario, las virtudes pueden ser negativas, como la utilización habilidosa de una patineta solo para cometer asaltos.

*Los nombres de esta historia han sido cambiados para proteger la identidad de los verdaderos protagonistas.

La imagen de un joven con polera blanca suelta, pantalón holgado y gorra con visera para atrás, deslizándose sobre su patineta por las calles citadinas, con el rostro enfrentando el sol y el viento fresco, realizando un ollie, un lip o algún otro truco con la tabla, es una postal urbana que muchos se detienen a observar.

Más aún si el patinador muestra esa mezcla de talento y arrojo con la que parecería querer a su paso las miradas sobre su arte callejero. Así era Matías , un joven con gran facilidad y apego deportivo. Su trayectoria como skater iba de menos a más y parecía una buena opción para un muchacho que sobre su tabla también ponía un gran factor emocional con el que compensaba su vida cotidiana y familiar.

No obstante, para convertirse en una realidad profesional aquel promisorio talento requería de inversiones necesarias para costear los insumos requeridos: ropa y calzado ideal, refacciones y mantenimiento de su patineta, por ejemplo. Y la familia de Matías  no podía enfrentar esos gastos, aunque con claridad comenzó a ver que ello causaba gran frustración al muchacho.

Sus familiares, de hecho, fueron incapaces de brindarle un sostén emocional a un chico que crecía con las problemáticas ligadas a la juventud, a la pobreza, y a la separación de los integrantes de su hogar.

Esa contención anímica que requería, la convivencia entre pares, Matías  las encontró fuera de casa y no con las mejores personas. Comenzó a practicar conductas de riesgo, cada vez más frecuentes, con amistades y contactos de mayor edad que lo iniciaron en el consumo de drogas y en actos delictivos.

La patineta y su habilidad con ella sirvieron al joven para cometer atracos. Muy pronto se dio cuenta de que ese talento le facilitaba la fuga después de un robo, además de que al patinar no solo pasaba desapercibido en cuanto a sus verdaderas intenciones, sino que así podía sorprender a sus víctimas, quienes no necesariamente veían venir el asalto.

Así despojaba a los distraídos peatones de celulares, bolsos, carteras o cualquier otro objeto de valor que acarrearan entre las manos. El joven skater desarrolló hasta la perfección ese método delictivo que competía en sorpresa, ingenio y habilidad con el de quienes usan bicicletas o motochorros para apropiarse de lo ajeno y huir.

La conducta delictiva, sin embargo, llevaron a Matías  a mecanismos más violentos y, de hecho, dejó a un lado la patineta. Con sus compañeros de andanzas optó por motocicletas y autos para continuar delinquiendo, hasta que finalmente el muchacho perdió a una querida amiga y, de igual forma, su libertad.

A los 17 años de edad, Matías  ingresó para formar parte del Programa SBC Norte de la Corporación, sin mayor compromiso criminógeno y con las aptitudes deportivas y el estudio como estímulo para su readaptación.

Infancia sobre ruedas

Matías tenía como último curso aprobado el octavo año de enseñanza media. En la actualidad está inscrito para cumplir con el primero y segundo años de educación media y de forma paralela practica diversos deportes.

Pero, ¿cómo es que un joven con su talento para el patinaje emprendió la ruta de la delincuencia? Quizás en esa energía que desprendía al deslizarse sobre su tabla algo pueda encontrarse de respuesta.

Matías  recuerda perfectamente la navidad en que sus padres llegaron con un regalo poco habitual para la época. “Era un paquete alargado, que a la distancia llamaba la atención. Era mi primera patineta”, relata el joven.

“En mi memoria permanece como una fotografía las caras de mis papás. Abrí el regalo impetuosamente. Ellos estaban llenos de felicidad al contemplar mi reacción de sorpresa y alegría”, narra el muchacho.

En aquel momento, sus padres aún permanecían juntos, tratando de reconectar los vínculos que unían de alguna manera. El chico sabía el esfuerzo que significaba recibir la patineta. “El dinero siempre escaseaba en mi hogar y ese verano no era la excepción. Sin embargo, ahí estaban: con un gran regalo que cambió mi vida para siempre”, cuenta el protagonista de esta historia.

Y así fue, en efecto. Su tabla se convertiría desde ese momento en el instrumento inseparable del niño. “No me fue difícil aprender a estabilizarme o a tomar impulso. Era un chico liviano, pero con mucha energía. No me despegaba de mi patineta por ningún motivo. Compraba el pan, iba al negocio de la esquina por huevos para la once y también daba vueltas a la manzana como paseo, cuando no había nada qué hacer”, recuerda el muchacho.

Aquella patineta cobró todavía más importancia cuando Matías  la utilizó como un vehículo de fuga emocional, ante los problemas en su casa. “A veces, cuando veía a mis padres discutir, tomaba mi tabla y me iba a patinar por la plaza. Los árboles, las ruedas sobre el pavimento y los amigos se convertían en mi vía de escape”, expresa el joven.

Así patinaba durante horas. De mañana a tarde, sin parar. Por aquel entonces, no eran muchos los niños que practicaban aquella actividad. No al menos en su barrio. Por eso era un chico que andaba siempre solo, dando un salto por aquí, un giro por allá. De a poco comenzó a mejorar sus habilidades y a llamar la atención.

“Quienes me veían, me comentaban que tenía futuro y talento en este deporte. Decían que era bueno, pero nunca entendí muy bien a qué se referían”, expresa el muchacho.

Y quizá no lo comprendía del todo, pero cada vez más pasaba tiempo en la calle, ante los problemas en su casa. Ello, por defecto, mejoró sus habilidades. “La patineta se convirtió en mi refugio y mi mejor amiga”, refiere con orgullo.

Virtud negativa

El talento de Matías  y los trucos que realizaba con habilidad evidente sobre la patineta llamaron la atención de muchas personas desconocidas en la calle. Y también de algunos muchachos que se convirtieron en sus amigos frecuentes. “Ellos me empezaron a invitar para que les mostrara aquello de lo que era capaz de lograr con la patineta. A través de mi tabla pude conocer a gente buena y de la no tan buena”, reconoce el muchacho.

Ellos vieron en el joven patinador lo que él considera una “virtud negativa”. Gracias a sus habilidades observaron que podía moverse con mayor rapidez, que la tabla le servía como defensa y, sobre todo, que disminuía sospechas, porque en ese entonces la mayor parte de patinadores provenían de barrios altos.

“El dinero conseguido con los robos era de gran utilidad para mí. Sabía que mi familia no podía costear lo que a mí me gustaba y lo que yo quería eran zapatillas, poleras, tablas; y todo eso lo podía conseguir con un poco de astucia. En ese momento era incapaz de medir cualquier riesgo. Solo me preocupaba el aquí y ahora”, reconoce el muchacho.

Así fue como se sumergió cada día más en el mundo del delito. A diario iba por más, los delitos eran más agresivos y organizados y echaban mano de otro tipo de vehículos. “Pero a veces también se pierde. Yo perdí a una amiga y también mi libertad”, puntualiza Matías.

Ajuste de tuercas

Fueron aquellos hechos lamentables los que le hicieron replantearse la vida e ingresó al Programa SBC Norte. Ahí conoció a su delegado que resultó fanático también de las “tuercas”, en especial de las motocicletas. Matías  dice que al principio conversaban sobre cilindradas y marcas. Después supo que aquellas charlas eran una estrategia para generar vínculo con él. Y funcionó.

“Logré encontrar una persona de confianza con quien hablar de lo que pensaba y sentía. Él, por su parte, me ayudó a resolver mis problemas judiciales a través de ayuda a la comunidad”, relata el muchacho con nuevas expectativas de vida.

Las largas reflexiones sobre su experiencia de calle y delictiva le permitieron comprender el daño que pudo ser capaz de causar y de lo mucho que él podía perder. Por eso, comenta, necesitaba un cambio de fondo.

“Hoy en día me siento más tranquilo. Hago cosas que realmente me gustan. La patineta de nuevo se convirtió en mi medio de transporte favorito y sobre ella puedo disfrutar de la libertad”, dice emocionado.

La ACJ le dio la posibilidad de participar en una maratón de 5 kilómetros y ganó. El triunfo fue importante, pero lo que le resultó esencial fueron las jornadas de entrenamiento y preparación. Le permitieron conocer a gente muy valiosa, y grandes amigos con quienes, según sus palabras, volvió a sentirse como un niño.

“Los problemas en la vida continuarán, al igual que los desafíos, pero siempre tendré una tabla con cuatro ruedas que me ayudará a impulsarme para seguir adelante”, concluye el joven con las tuercas ahora sí bien apretadas.